Confusión de sentimientos: Apuntes personales del consejero privado R. v. D. by Stefan Zweig

Confusión de sentimientos: Apuntes personales del consejero privado R. v. D. by Stefan Zweig

autor:Stefan Zweig [Zweig, Stefan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, Literary, Classics, LGBTIQA+, romance gay
ISBN: 9788417902612
Google: HEPaDwAAQBAJ
editor: Acantilado
publicado: 2020-03-30T23:00:00+00:00


El trabajo crecía, creció a mi alrededor como un bosque cuya sombra poco a poco fue ocultándome toda vista al mundo exterior; sólo vivía en la oscuridad del interior de la casa, entre el ramaje murmurante y cada vez más estrepitoso de la obra que se iba extendiendo, en la presencia envolvente y acogedora de ese hombre.

Aparte de unas pocas horas de clase en la universidad, le dedicaba todo el día. Comía a su mesa, noche y día subían y bajaban la escalera mensajes entre su piso y el mío; yo tenía la llave de su puerta y él la de la mía, de modo que él podía encontrarme a cualquier hora sin tener que llamar a voces a la vieja patrona medio sorda. Pero, cuanto más estrecha se hacía esta nueva relación, más me aislaba del mundo exterior; junto con el calor de aquella esfera íntima compartía a la vez el aislamiento gélido de su existencia recluida. Mis colegas me demostraban unánimemente cierta frialdad y menosprecio: ya fuera por una conspiración secreta, ya por pura envidia a causa de mi manifiesta preferencia, lo cierto es que me negaban su trato y en los debates del seminario evitaban—parecía cosa convenida—dirigirme la palabra y saludarme. Ni siquiera los profesores ocultaban su antipatía. Un día en que pedí una pequeña información al profesor de filología románica, me despachó irónicamente diciendo:

—Usted, como íntimo del profesor X…, debería saberlo.

En vano traté de explicarme esta exclusión injustificada. Pero las palabras y las miradas eludían cualquier explicación. Desde que vivía completamente con los dos solitarios, yo también quedé del todo aislado.

Esta exclusión de la sociedad no me habría inquietado tanto, puesto que toda mi atención estaba puesta en las cosas del espíritu, si no hubiera sido porque mis nervios no resistieron la presión continua. Uno no vive impunemente durante semanas en un incesante exceso intelectual; además, había cambiado de vida de un modo demasiado brusco y total, había pasado de un extremo al otro demasiado brutalmente para no poner en peligro el equilibrio secreto que la naturaleza nos concede. Porque, mientras en Berlín mis devaneos relajaban saludablemente mis miembros y las aventuras con mujeres disolvían como un juego toda la inquietud acumulada, aquí una atmósfera sofocante oprimía mis sentidos excitados de un modo tan constante que se agitaban en mí sólo con convulsiones y descargas eléctricas; olvidé lo que era el sueño sano y profundo, aunque, o más bien porque, hasta la madrugada copiaba para mi propio deleite el dictado de cada noche (con una febril y vanidosa impaciencia por entregar las hojas lo antes posible a mi querido maestro). Luego estaban la universidad y las lecturas apresuradas, que me exigían un plus de diligencia, y no en menor grado me estimulaba el tipo de conversación que mantenía con mi profesor, pues cada uno de mis nervios se tensaba espartanamente para no aparecer delante de él falto de interés. Mi cuerpo así castigado no tardó mucho en querer vengarse de semejantes excesos. Varias veces sufrí breves



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